sábado, 8 de septiembre de 2012

Lo que fácil llega, fácil se va.

Cuando desperté me encontré de nuevo a aquel ciervo de la otra vez. Con su hocico frente a mi cara, sus astas eran pequeñas dada su juventud, solo contaba con cinco extremos. Sus ojos me transmitieron confianza, como hacía semanas ocurrió, y el remolino que se le formaba en su frente junto con el color de su pelaje, un castaño húmedo, indicaban que era él quien antes me trataba de indicar un camino y yo le desobedecí.
Le acaricié el cuello, se volvió y me miró por encima del lomo, de nuevo pretendía que le siguiera.
Superé la raíz que se retorcía en el suelo y me dispuse a ver lo que él me quería mostrar.
Me encontré entre dos caminos, el de la izquierda era precioso, tenía flores de todos los colores a los lados, los pájaros volaban de árbol en árbol, y al final brillaba una luz preciosa y cautivadora. A la derecha se alargaba la otra opción, era oscuro, los árboles no dejaban que hubiese luz, en el suelo había hojas secas y húmedas. En éste último camino es donde me encontré al animal esperando que le acompañara.

- Éste es precioso. - Dije señalando el de la izquierda.
El ciervo agachó la cabeza y miró hacia el camino oscuro.

- Pero a mi me gusta más éste. - Insistí tratando de convencer al animal.
Fui a dar un paso, cuando él emitió un sonido el cual me asustó.

- Enséñamele, brilla más, tiene flores y los pájaros ocultan el silencio cantando.- El ciervo, testarudo, empezó a andar por el camino oscuro.

- ¡Espera! - Corrí para alcanzarle y apoyé mi mano en su cuello, era áspero el tacto pero soportable. - Vale, iremos por donde tú quieras. - Cedí.

Me daba miedo mirar a los lados, no había nada más que árboles oscuros, y las ramas hacía mucho que dejaron caer las hojas sobre el suelo, el cual estaba lleno de éstas y piedras punzantes hundidas en el barro. Hacía fresco, pero de ese de los días de lluvia, que lo agradeces pero también te hace sudar. Me limité a no apartar la vista del suelo para evitar caerme y durante el paseo no solté al ciervo, me daba seguridad, él miraba al frente, no olisqueaba si quiera el suelo.

Cuando llevábamos un tiempo andando, se empezó a apreciar luz al final del camino, según avanzábamos las piedras iban siendo cada vez menos, las hojas se convertían en flores e hierba, y la humedad con el frío cambiaban a una temperatura agradable. Se pudo ver entre los árboles a las ardillas, y a algunos pájaros que aumentaban el número según nos íbamos acercando a la luz.

De repente el camino se abrió en un valle, con montañas en el horizonte, y el sol en lo alto alumbrando cada rincón de aquel paraíso. Cuando observaba el paisaje que se abría a mi derecha, vi como una mano se apoyó en mi hombro, para mi sorpresa no me asusté, al contrario, me sentía relajada pero a la vez nerviosa por todo lo ocurrido, la oscuridad nunca fue mi mejor amiga.
Miré al frente, y una mano que sobresalía de una túnica blanca se abría delante de mi recorriendo todo el paisaje como si de una cortina que se abría se tratase, mostrándome todo aquello.

- ¿Ves? El camino con más piedras, más oscuro, el menos bello es el que te lleva a la felicidad. Mientras que, el otro más bello, con más flores y facilidades te hubiese llevado a la tristeza y soledad. - Me enseñó una voz agradable y masculina.

Sin darme lugar a responderle, volví a mi habitación con las persianas bajadas, con las piernas en posición de indio sentada en mi cama, en mi minicadena sonaba Enya. Miré a ambos lados de la cama para ser consciente de que todo había desaparecido.

Trataría de volver, al paisaje, y a aprender.






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