lunes, 17 de junio de 2013

Vuelta a las andadas.

Realmente no confiaba en que fuera capaz. Hacía tiempo desde la última vez. Seguí el mismo protocolo de preparación que veces anteriores, Enya en los bafles, persiana bajada, vela encendida, cama despejada, respiraciones largas y mente en blanco.

'Regresé a las colinas separadas por un riachuelo reflejando el cielo, a las aves volando en formación de V, y el sol despidiéndose hasta el próximo día por el horizonte, dejando tras de sí un sin fin de colores en aquel techo infinito.
- Siéntate. - Me dijo una voz masculina y joven. 
Obediente, me senté en el suelo, cuidando que no se me levantara la toga, con las piernas estiradas dirección al río y las manos entrelazadas en la tripa. Él, después de pasearse durante un tiempo tras de mi, se sentó a mi izquierda. Sonriente, mirando al frente, con el pelo negro de punta, y los brazos apoyados sobre las rodillas dobladas contra el pecho. 
- Tienes el pelo como mi padre. - Él empezó a reír, cerrando los ojos y moviéndose de lado a lado. 
- ¿Por qué mi pelo te recuerda a tu padre? - Preguntó ya mirándome, sin dejar de sonreír.
- Porque mi padre según se peina, parece que tiene mucho pelo, pero luego le clarea y se puede ver lo que hay al otro lado de la cabeza si le miras a través del pelo. Lo tiene muy fino y gris. Pero me recuerda al suyo por lo fino que lo tienes, no por todo lo anterior. - Él hacía lo posible por relajarse, y  parar de reírse. Pero me gustaba su risa, era de chico veinteañero, joven, alegre. 
Ya tranquilo y acariciándose la tripa, volvió el silencio. 
Aproveché para observar mi alrededor, cerciorándome de que todo seguía en su sitio como la última vez que pise aquel césped. Todo era lo mismo, hasta la gama de colores que componían el cielo. 
- ¿Te gusta cómo está el cielo? - Me preguntó alzando la vista a éste. 
- Sí, me gusta el color que sale de juntar el naranja del sol con el rosa, y el de mezclar el rosa con el azul...
- Morado, tu color. - Me interrumpió. 
- Sí. - Admití sin apartar la vista. 
- Dime, el color azul más lejano a la posición del Sol, ¿no te recuerda a nadie?
- No. - Mentí.
- Venga, vamos, haz memoria. Seguro que sí. - Insistió. 
- ¿Para qué te lo voy a decir, si ya lo sabes? 
- Ya sabes que aun que lo sepamos, nos gusta oírlo de vosotros. - Me miró y yo dejé de contemplarle para observar como el Sol estaba en sus últimos segundos. 
- Desde el principio la dije que tenía los ojos como el cielo. - Admití sin ser capaz de volverme para ver su cara. 
- Lo sé. - Sonrió. 
- Es mi alma gemela, ¿sabes?. - Aseguré entusiasmada. 
- Aprovéchalo - Desapareció la sonrisa de sus labios, aun que no de sus ojos. - no muchos encuentran un alma tan afín con la suya.
- Sí, claro que sí. Descuida. 
- Lucha por mantenerla a tu lado, pero no olvides a los de siempre, con los que has llorado pero también has reído, los que nunca te han fallado. - Aconsejó. - Por que siguen ahí. - Añadió. 



Y retomé mi vida en mi habitación sombría desentumeciendo mi cuerpo.

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