martes, 21 de octubre de 2014

Llego al borde.

He llegado. Al borde. Donde ya las primeras chinas se dejan caer por el precipicio empujadas por mis pasos. Ya asoman mis pies por el acantilado.


Y salto.

martes, 5 de agosto de 2014

A ti. Amiga.

Seguramente, seamos noche y dia. Nos unan el simple hecho de haber acordado soportarnos, y querer o tener la intencion de hacerlo para siempre. No hemos firmado contrato alguno, ni papel para vernos capacitadas de ser, estar y parecer.  A pesar de no tener unas normas que cumplir, queria recordarte hoy, que estoy y soy. Estoy para llorar y reir contigo, ayudarte a saltar, cogerte al caer. Consolarte, demostrarte que, a pesar de que el dia este feo, eres capaz de volverlo bello tan solo sonreir. Recordarte que, no es preciso apuntarse a una escuela de boxeo o karate para devolverle las mejores patadas y puñetazos a la vida, si hay muestra de alguien luchador, ese, eres tu. Que has llegado aqui, apoyandote y muchas veces tirando de cabezoneria pero, sea como sea, el logro es para ti. Nadie mas que tu, ha luchado por ti. No dudes, que aunque no tenga cruz verde, estoy dispuesta a ti las 24h, contigo no hay sueño que valga si a ti te acechan pesadillas, a mi tambien. Y, nunca, nunca olvides, que la mierda no deja de ser apestosa porque la compartas, pero, al menos, no la llevas tu sola.

sábado, 22 de febrero de 2014

250km/h

¿Sabes de esas rotondas en las que tienes que frenar para evitar desviarte? O, ¿de esas curvas cerradas que son imposibles si vas sin calma?
Pues esto es igual.

Llevo meses pisando un freno. Queriendo evitar estrellarme, tomarme mi tiempo para contemplar el paisaje y ya, continuar viviendo.
Sobrevivo en un 'torcida' constante. En un: 'Fátima, tía, frena que te matas'.
Pues ya creo he acabado por matarme.

Cogí la curva a 250, sin carnet de conducir, sin seguro... solo llevaba las ganas de adrenalina.
(Ya es irónico en mi, cobarde para las velocidades)
Fui completamente convencida, tenía claro a dónde quería llegar y muchas veces pensé que nadie podía igualar mi ritmo. Ventanillas bajadas, verano infernal, pero una agradable brisa.
Invencible, me salté todas las señales, todos los avisos de accidente con sus ramos de flores, y entonces...

...Entonces perdí el control.

Llegó el invierno más frío que recuerdo, con sus tormentas, sus lluvias y sus hielos. Yo sin cadenas a las que agarrarme. Quemé todos los recursos que tenía para buscar calor que ya casi no existía. Llevé la música taladrando los tímpanos para no escuchar a nadie, ni ser consciente de lo que pensaba. Me cegué, me quedé sorda. Todo a la vez.
Cuando quise empezar a frenar, había niebla en el retrovisor, no había carril de sentido contrario. Solo llevaba de copiloto al miedo, la adrenalina se había esfumado.

Y así, juntando una curva infinita, con ir a 250km/h, con el asfalto helado y sin cadenas, añadiéndole un freno inútil, quedé siniestra.


Siniestra total.




A día de hoy, sigo igual.
Ya me ha calado el frío, lo prefiero.
Ahora no conduzco. Estoy encallada. Sigue el miedo de copiloto, pero el miedo a mí misma.
La adrenalina ha regresado, antes de coger mi propio freno de mano.

martes, 29 de octubre de 2013

"No me considero ser chica de lujos. Pero...

No preciso de servicio de despertador, 
no es comparable a un roce suyo. 
De preferir un bonito amanecer, 
me quedo con ver su cara al despertar.
Cambio un desayuno buffet por un bocao' de su boca, 
o su respiro tras una sonora carcajada.
Para buenas vistas, 
las dejo todas por el infinito de sus ojos claros. 

Que el agobio consista en una aglomeración de gente, 
y no en una cama medio vacía. 
¿Excursiones? Todas las que quiera, 
perdiéndonos y sólo sabiendo nosotras dónde encontrarnos. 

Propongo que el beso más parecido a una despedida sea al irse a la ducha. 
En lugar de post - it, que nuestras notas sean como las últimas,
de vaho, en el espejo del baño. 
No es necesario ir a ningún concierto, 
nada igualará cantar a los pies de una cama; cara a cara. 

Puedo prescindir de servicio chófer, 
me pateo el mundo con un mapa de Córdoba.
Que cierren los paragüas cuando llueva, 
yo quiero bailar en el bulevar; aunque no sepa.

No necesito paseos de película a caballo, 
me basto con hacer de cuatro paredes un lugar nuevo; un lugar nuestro.


...tenerla, ya ha sido la mayor riqueza."




lunes, 17 de junio de 2013

Vuelta a las andadas.

Realmente no confiaba en que fuera capaz. Hacía tiempo desde la última vez. Seguí el mismo protocolo de preparación que veces anteriores, Enya en los bafles, persiana bajada, vela encendida, cama despejada, respiraciones largas y mente en blanco.

'Regresé a las colinas separadas por un riachuelo reflejando el cielo, a las aves volando en formación de V, y el sol despidiéndose hasta el próximo día por el horizonte, dejando tras de sí un sin fin de colores en aquel techo infinito.
- Siéntate. - Me dijo una voz masculina y joven. 
Obediente, me senté en el suelo, cuidando que no se me levantara la toga, con las piernas estiradas dirección al río y las manos entrelazadas en la tripa. Él, después de pasearse durante un tiempo tras de mi, se sentó a mi izquierda. Sonriente, mirando al frente, con el pelo negro de punta, y los brazos apoyados sobre las rodillas dobladas contra el pecho. 
- Tienes el pelo como mi padre. - Él empezó a reír, cerrando los ojos y moviéndose de lado a lado. 
- ¿Por qué mi pelo te recuerda a tu padre? - Preguntó ya mirándome, sin dejar de sonreír.
- Porque mi padre según se peina, parece que tiene mucho pelo, pero luego le clarea y se puede ver lo que hay al otro lado de la cabeza si le miras a través del pelo. Lo tiene muy fino y gris. Pero me recuerda al suyo por lo fino que lo tienes, no por todo lo anterior. - Él hacía lo posible por relajarse, y  parar de reírse. Pero me gustaba su risa, era de chico veinteañero, joven, alegre. 
Ya tranquilo y acariciándose la tripa, volvió el silencio. 
Aproveché para observar mi alrededor, cerciorándome de que todo seguía en su sitio como la última vez que pise aquel césped. Todo era lo mismo, hasta la gama de colores que componían el cielo. 
- ¿Te gusta cómo está el cielo? - Me preguntó alzando la vista a éste. 
- Sí, me gusta el color que sale de juntar el naranja del sol con el rosa, y el de mezclar el rosa con el azul...
- Morado, tu color. - Me interrumpió. 
- Sí. - Admití sin apartar la vista. 
- Dime, el color azul más lejano a la posición del Sol, ¿no te recuerda a nadie?
- No. - Mentí.
- Venga, vamos, haz memoria. Seguro que sí. - Insistió. 
- ¿Para qué te lo voy a decir, si ya lo sabes? 
- Ya sabes que aun que lo sepamos, nos gusta oírlo de vosotros. - Me miró y yo dejé de contemplarle para observar como el Sol estaba en sus últimos segundos. 
- Desde el principio la dije que tenía los ojos como el cielo. - Admití sin ser capaz de volverme para ver su cara. 
- Lo sé. - Sonrió. 
- Es mi alma gemela, ¿sabes?. - Aseguré entusiasmada. 
- Aprovéchalo - Desapareció la sonrisa de sus labios, aun que no de sus ojos. - no muchos encuentran un alma tan afín con la suya.
- Sí, claro que sí. Descuida. 
- Lucha por mantenerla a tu lado, pero no olvides a los de siempre, con los que has llorado pero también has reído, los que nunca te han fallado. - Aconsejó. - Por que siguen ahí. - Añadió. 



Y retomé mi vida en mi habitación sombría desentumeciendo mi cuerpo.

Mesa para uno.

«Estábamos todas. Reíamos, hablábamos, cantábamos, era fantástico. De esos días que no te llegas a imaginar que ocurrirían por que acabas de conocer a esa gente, pero no te importaría que se repitiese.
Por un momento, agaché la cabeza para coger oxígeno entre risas, y cuando la levanté toda la gente que antes estaban a mi alrededor sentados en esa mesa habían desaparecido.
Miré a ambos lados para entender la broma, el chiste, pero no les encontré.
Cuando volví la vista a la mesa, delante mía di con mi mejor amigo, la persona que era como mi hermano mayor, el hombre que sabía todas mis confidencias y nunca me ha dejado sola a pesar de todo. Estaba sentado recto, con los brazos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas, me miraba serio pero sereno.
- Hola. - Me saludó mirándome a los ojos.
- Hola, ¿y los demás? - Le pregunté tratando de que no notara el nudo que contenía mi garganta y estaba cerca de hacerme llorar.
- Se han marchado. - Al oír esas palabras, apoyé mi cabeza en los brazos cruzados encima de la mesa, mirando al suelo, controlando la respiración buscando relajarme.
- Ah, si quieres tú también te puedes ir. - Le dije mientras recobraba la compostura, pero siendo incapaz de mirarle.
- A quien quieres, le esperas y estás a su lado. - Me consoló sonriendo y alargando el brazo para cogerme de la mano, buscando con sus ojos mi mirada, inundada en lágrimas.»


Cuando tuve este sueño no lo entendí, o mejor dicho, no lo quise entender. Acababa de comenzar una nueva etapa de mi vida, en un sitio nuevo, con gente por conocer. Muchos merecieron y merecen la pena conocer, por que buenas o malas, todas las personas te aportan algo. El problema viene cuando empiezan las promesas del tamaño de 'siempre' y los 'nunca' que últimamente están muy de moda. A día de hoy, me doy cuenta de lo que fueron para aquellas personas esas promesas, no digo que yo no las haga, que a día de hoy las sigo haciendo, pero también las sigo cumpliendo ya que, si no, pierden su 'título' de promesas.
Soy una persona que cree aún que se puede cumplir un 'Siempre' al lado de una persona y un 'Nunca te olvidaré', soy así de ingenua, quizás. Ambas promesas, son difíciles de cumplir, claro, hay impedimentos, problemas, dificultades, ¿no se suele decir que 'el que algo quiere, algo le cuesta'?, pues esto es así. Pero tenemos que encontrar la persona por la cual merezca la pena superar dichas dificultades y problemas, dar con aquella que seamos conscientes de que si te lo ha prometido lo va a cumplir.
Y sobretodo, no tratar de bajarle el cielo a quien lo espera sentado y piedra en mano para tirártela cuando te des la vuelta.

sábado, 9 de marzo de 2013

A mi sonrisa.

"[...]Si tú me abrazas no existe el dolor,
si tú me hablas yo entro en razón.
Con solamente mirarme una vez 
guías mis pasos allá donde voy. 
[...]Te diré que siempre serás,
el alma de mi corazón.

[...]Me das tanto amor.

Que no soy fácil lo sabes bien.
[...]Que sin tus manos no puedo vivir, 
que con tu calma consigo seguir. 

[...]Tú la que me hace reír otra vez."

- Fragmento de 'Quiero decirte una cosa' - Amaia Montero.

Esta mujer, mi abuela, arregla mis problemas y calma mis miedos con únicamente una llamada. Me da fuerzas para seguir con poco. Por que teniéndola a ella a mi lado, soy invencible, capaz de llegar al cielo. 
En ocasiones, sólo he necesitado de ella para levantarme de la caída o salir del hoyo. 
Te quiero muchísimo, yaya. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Solo yo, y el sonido de las olas.

Sentí emoción al volver a ver el atardecer de hacía, ya, meses. Tanta, que rompí a llorar.
Seguía todo como antes, su respectivo sol, sus olas rompiendo en las rocas, el cerro y la silueta con la misma postura que hacía tiempo. Me eché el pelo hacía atrás, siendo consciente de que las vestimentas tampoco variaban. Toga blanca. Me senté, en el camino de piedras que conducía al cerro, en la posición de indio.

'Respira, cuando tengas algún problema, relájate y afrontalo. Cumple tus sueños y vence lo que se te interponga, eres fuerte para poder con ello. Recuerda que no se nos da nada que no podamos superar. Puedes ganar a tus problemas o solucionándolos, o pasando de éstos, ¿me entiendes?
Ánimo y para delante, eres fuerte.' - Me puso la mano en el hombro y se marchó. 

- ¿Por qué no te quedas? - Le invité. 
- Gracias. - Se sentó a mi lado colocándose las vestimentas, como yo, en posición de indio pero inclinado hacia atrás apoyándose sobre las manos. Era un chaval de pelo corto oscuro, rondaría los diecisiete o dieciocho años. - ¿Por qué temes tanto quedarte sola? - Añadió al cabo del tiempo. 
- Siempre estuve acompañada, y protegida. - Desvié la mirada para mirarle por un segundo. Él no se inmutó. - Creo que todos tenemos la soledad. - Sentencié. 
- Eso es porque no conoces tu fortaleza, aún así, poca gente es lo suficientemente fuerte como para estar solo. Tú, aun que mires y no veas, estarás acompañada. - Me giré hacia él, sonrió. Sin desviar los ojos del paisaje. Se levantó dándose la vuelta, se apoyó sobre mi hombro de nuevo. - Debo irme. - Se despidió.

Cuando se marchó, miré a mi alrededor, a la derecha y en la lejanía se desplegaba una playa de arena clara, y al lado contrario no se veía más que el cerro, para mi sorpresa, ahora sin nadie sentado en él. Busqué a ambos lados, por si pudiese ver quién era, pero no había nada, vacío. Solo yo, y el sonido de las olas. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Mi cabeza insonorizada.

A través de las amplias cristaleras podía ver los troncos de los abetos y pinos erguidos hacia el cielo. Sus cortezas estaban húmedas, el suelo embarrado, y el cielo, aún gris, pero se podían distinguir pequeños rayos de sol que descubrían la niebla posada sobre la hojarasca. Había llovido. 
Dirigí mi mirada al interior de la habitación. Mis ojos fueron a parar a otros de color verdoso mezclado con marrón claro, preciosos, que poseía una mujer rubia con el pelo peinado en pequeños caracolillos bien marcados, y el flequillo sujeto en un pequeño recogido algo abombado. Ella me miraba con ternura y una media sonrisa en los labios, la cual, le marcaba la arruga de las comisuras, aún así, era guapa, pero detrás de esa buena cara, había cansancio y tristeza. Yo tenía un gran sentimiento por aquella mujer, en mi interior la quería a rabiar. Le devolví la sonrisa, y ella inclinó la cara en gesto de ternura, esbozando una sonrisa más amplia que la anterior. 
Cuando desvió la mirada, traté de saber a qué o quién se la dirigía esta vez, y dí con otra mujer sentada a su lado. Esta vez, ésta, tenía el pelo de color moreno rojizo, pero con los mismos rizos pequeños y marcados de la anterior, y el pelo sujeto con una diadema. Los ojos de color miel. 
Se miraron, y la mujer rubia se pasó los dedos por debajo del párpado inferior, tratando de no esparcirse el poco maquillaje que se hubiese echado, para impedir que las lágrimas le corrieran por la cara. La morena trató de consolarla, al menos eso entendí con sus gestos y el movimiento de sus labios, pues por mis oídos no corría ningún sonido, estaba todo en silencio. 
Yo me dispuse a mirar a mi alrededor más cercano, fui consciente entonces, de que estaba sentada en un carro de bebé, con unos pequeños caballitos de colores de peluche colgando de la capota de éste. El rosa captó mi atención, era chillón, y con unos pequeños dibujos en el lomo, y los ojos pintados de azul. Cuando miré mi cuerpo, vi mis pies metidos en patucos y mi pequeño cuerpo dentro de un body de color azul muy, muy claro. 


sábado, 8 de septiembre de 2012

Lo que fácil llega, fácil se va.

Cuando desperté me encontré de nuevo a aquel ciervo de la otra vez. Con su hocico frente a mi cara, sus astas eran pequeñas dada su juventud, solo contaba con cinco extremos. Sus ojos me transmitieron confianza, como hacía semanas ocurrió, y el remolino que se le formaba en su frente junto con el color de su pelaje, un castaño húmedo, indicaban que era él quien antes me trataba de indicar un camino y yo le desobedecí.
Le acaricié el cuello, se volvió y me miró por encima del lomo, de nuevo pretendía que le siguiera.
Superé la raíz que se retorcía en el suelo y me dispuse a ver lo que él me quería mostrar.
Me encontré entre dos caminos, el de la izquierda era precioso, tenía flores de todos los colores a los lados, los pájaros volaban de árbol en árbol, y al final brillaba una luz preciosa y cautivadora. A la derecha se alargaba la otra opción, era oscuro, los árboles no dejaban que hubiese luz, en el suelo había hojas secas y húmedas. En éste último camino es donde me encontré al animal esperando que le acompañara.

- Éste es precioso. - Dije señalando el de la izquierda.
El ciervo agachó la cabeza y miró hacia el camino oscuro.

- Pero a mi me gusta más éste. - Insistí tratando de convencer al animal.
Fui a dar un paso, cuando él emitió un sonido el cual me asustó.

- Enséñamele, brilla más, tiene flores y los pájaros ocultan el silencio cantando.- El ciervo, testarudo, empezó a andar por el camino oscuro.

- ¡Espera! - Corrí para alcanzarle y apoyé mi mano en su cuello, era áspero el tacto pero soportable. - Vale, iremos por donde tú quieras. - Cedí.

Me daba miedo mirar a los lados, no había nada más que árboles oscuros, y las ramas hacía mucho que dejaron caer las hojas sobre el suelo, el cual estaba lleno de éstas y piedras punzantes hundidas en el barro. Hacía fresco, pero de ese de los días de lluvia, que lo agradeces pero también te hace sudar. Me limité a no apartar la vista del suelo para evitar caerme y durante el paseo no solté al ciervo, me daba seguridad, él miraba al frente, no olisqueaba si quiera el suelo.

Cuando llevábamos un tiempo andando, se empezó a apreciar luz al final del camino, según avanzábamos las piedras iban siendo cada vez menos, las hojas se convertían en flores e hierba, y la humedad con el frío cambiaban a una temperatura agradable. Se pudo ver entre los árboles a las ardillas, y a algunos pájaros que aumentaban el número según nos íbamos acercando a la luz.

De repente el camino se abrió en un valle, con montañas en el horizonte, y el sol en lo alto alumbrando cada rincón de aquel paraíso. Cuando observaba el paisaje que se abría a mi derecha, vi como una mano se apoyó en mi hombro, para mi sorpresa no me asusté, al contrario, me sentía relajada pero a la vez nerviosa por todo lo ocurrido, la oscuridad nunca fue mi mejor amiga.
Miré al frente, y una mano que sobresalía de una túnica blanca se abría delante de mi recorriendo todo el paisaje como si de una cortina que se abría se tratase, mostrándome todo aquello.

- ¿Ves? El camino con más piedras, más oscuro, el menos bello es el que te lleva a la felicidad. Mientras que, el otro más bello, con más flores y facilidades te hubiese llevado a la tristeza y soledad. - Me enseñó una voz agradable y masculina.

Sin darme lugar a responderle, volví a mi habitación con las persianas bajadas, con las piernas en posición de indio sentada en mi cama, en mi minicadena sonaba Enya. Miré a ambos lados de la cama para ser consciente de que todo había desaparecido.

Trataría de volver, al paisaje, y a aprender.