sábado, 22 de febrero de 2014

250km/h

¿Sabes de esas rotondas en las que tienes que frenar para evitar desviarte? O, ¿de esas curvas cerradas que son imposibles si vas sin calma?
Pues esto es igual.

Llevo meses pisando un freno. Queriendo evitar estrellarme, tomarme mi tiempo para contemplar el paisaje y ya, continuar viviendo.
Sobrevivo en un 'torcida' constante. En un: 'Fátima, tía, frena que te matas'.
Pues ya creo he acabado por matarme.

Cogí la curva a 250, sin carnet de conducir, sin seguro... solo llevaba las ganas de adrenalina.
(Ya es irónico en mi, cobarde para las velocidades)
Fui completamente convencida, tenía claro a dónde quería llegar y muchas veces pensé que nadie podía igualar mi ritmo. Ventanillas bajadas, verano infernal, pero una agradable brisa.
Invencible, me salté todas las señales, todos los avisos de accidente con sus ramos de flores, y entonces...

...Entonces perdí el control.

Llegó el invierno más frío que recuerdo, con sus tormentas, sus lluvias y sus hielos. Yo sin cadenas a las que agarrarme. Quemé todos los recursos que tenía para buscar calor que ya casi no existía. Llevé la música taladrando los tímpanos para no escuchar a nadie, ni ser consciente de lo que pensaba. Me cegué, me quedé sorda. Todo a la vez.
Cuando quise empezar a frenar, había niebla en el retrovisor, no había carril de sentido contrario. Solo llevaba de copiloto al miedo, la adrenalina se había esfumado.

Y así, juntando una curva infinita, con ir a 250km/h, con el asfalto helado y sin cadenas, añadiéndole un freno inútil, quedé siniestra.


Siniestra total.




A día de hoy, sigo igual.
Ya me ha calado el frío, lo prefiero.
Ahora no conduzco. Estoy encallada. Sigue el miedo de copiloto, pero el miedo a mí misma.
La adrenalina ha regresado, antes de coger mi propio freno de mano.

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